miércoles, 31 de octubre de 2012

La inauguración y la máquina del tiempo



Y así, sin más, un día sucedió. Con la ayuda de expertos que me decían que migre de las redes sociales perjudiciales - “cara libro”, “libro bobo”,  “mata pareja”, “mirá que linda vida tengo”, “mirame las tetas” o “qué pedazo de bulto”, etecetera etecetera - y que intentara esto otro, algo un poco más específico, que me abriera al mundo de aquellos gustosos de leer cosas que escriben otros desconocidos como ellos. Unos desconocidos leyendo cosas de una desconocida y a la vez esta desconocida entrando en las percepciones de otros desconocidos y así hacer que lo  desconocido deje de ser tan desconocido pero que a pesar de ello no se convierte en conocido. Reflexiono con cansancio sobre lo desconocido. Dolor de espalda. Dolor de peso feto de una desconocida que se dispone a poner entre estos márgenes virtuales algo que se le cruzó por un momento por la cabeza.

Los expertos – ahora me vengo a enterar que ellos también son desconocidos leídos por otros desconocidos - me explican cómo cambiar la tipografía, intentamos manguear al diseñador Kramer una idea, me hablan de una planilla. ¡No! De una plantilla, aclara ella que entiende que todo debe decirse(me) en forma correcta para que yo lo entienda. Me muestran modelos, opciones, entradas, salidas, fondos a la derecha, vuelta al perro y giros en u.

Me dijeron que escriba unas palabras de inauguración. Como una especie de saludo, de palmada, de alfombrita “welcome” a mi espacio interior. Intenté varias introducciones: “buenas y santas”, “blanca y radiante va la novia”, “no somos nada pero acá estamos”, “gracias a la vida que me ha dado tanto”, “iluminada y eterna, enfurecida y tranquila”, “cuidado con el perro”, “hombres trabajando”, “éramos pocos y parió la abuela”, “sube a mi nube nubeluz”, “chupate esta mandarina”, etecetera, etecetera.

Una mujer a mi lado (queda mejor que al lado mío) agoniza mientras escribo, pero no puedo detenerme. No puedo darle mi atención en este momento. Ni siquiera sangre brotándole de los oídos me haría detenerme de esta tarea. No puedo suspender los dedos azules y regordetes porque después volverlos a posar (o poner) en el teclado se convierte en una tarea de suspiros y suspiros a desgano. Suspiros de falta de voluntad que, ahogados, salen cual pedos en canasta de picnic que dura poco según dice un dicho.

La mujer se queja, parece desmayarse. Levanto la vista. La veo. La cabeza ya le cuelga cerca de las rodillas (como si se quedara dormida parada)  pienso en la elongación pero sigo escribiendo, rápido, acelerada, apurada por esa cabeza blanca que casi casi toca el suelo de alfombra mojada que alguien humedeció  hace un rato.

Releo. Parece como que sigo sin encontrar las palabras justas de inauguración que necesito para que esto tome forma de espacio, para que una desconocida salude a los desconocidos de siempre.

Mi nombre es álter ego de un ego que conozco – o no tanto. Los expertos me explicaron qué significaba el término. En un primer momento imaginé que se relacionaba a la altura por lo que debería haberse llamado Bájer ego, pero no. Nada que ver. Del latín (supongo) nacen cosas sorprendentes. Me emociono pero resisto y sigo. Me seco la baba, trago y hago fuerza. No sale nada. Ni una idea de inauguración pero también se que esto es eso que no encuentro o que digo que no encuentro por no encontrar otra cosa que decir. Al fin y al cabo de trata de eso, ¿no? Generar un espacio de libertad en donde el ocio, la frustración laboral, los síntomas precampo descansen en un solo lugar lleno de buenas intenciones. Salud a todos los desconocidos que necesitan encontrar espacios de liberación. Por un mundo con menos elásticos!