jueves, 1 de noviembre de 2012

Monovéstia



El ser humano. Maravilloso mono devenido en bestia. Sus costumbres, sus hábitos, sus placeres, sus gustos, sus necesidades, su dolencias, sus excusas, sus humores, sus estados de ánimos, sus disgustos, sus haraganerías, sus mentiras, sus hipocresías, sus calambres, sus estornudos, sus incontinencias, sus taras, sus resistencias, sus sinvergüenzadas, sus, sus, sus, sus…
Nacemos. Desgarramos orificios y ahí estamos aparcados (?) de cabeza, y de repente nos encontramos habitando, con otros seres humanos o monos bestias, el planeta tierra, el país, la provincia, la ciudad, el barrio que en suerte nos toque. Estamos rodeados de gente, otra gente igualita a nosotros, los recién llegados que, de a poco, vamos conociendo hasta que se convierten en: familia, amigos, compañeros, maestros, vecinos, conocidos, amigos de amigos, conocidos con derechos, amigos con limitaciones y todos los otros tipos de relaciones que puedan existir y los podemos nombrar e identificar como tales, como más o menos iguales a nosotros, más viejos o menos viejos que nosotros, más sabios o más brutos, más pelotudos o menos pelotudos, más responsables o menos responsables, más blancos o más negros, más peludos o menos peludos. 
Al principio, ni bien nacemos, después de la salida apretada por el agujero negro placentoso en el que nos encontrábamos todos contorsionados, por lo menos durante siete meses, una suave pelusa nos recubre el cuerpo. Somos suaves. Suaves de verdad. De esa suavidad que contagia la suavidad a la otra piel (de otro mono bestia) que la roza y se vuelve, por un instante, suave también. Olemos rico, como a talco de la abuelita que nos caía bien, como a perfumito suave algo cítrico, aún a pesar de cagarnos, mearnos y vomitarnos encima todo el día. 
Pasa el tiempo. Vamos cumpliendo con las obligaciones a las que nos llama la civilización moderna (necesitamos convertirnos en monos bestias). Asistimos al establecimiento educativo, vamos a alguna academia de inglés (siempre pedorra, no vaya a ser cosa que aprendamos!), nos mandan a hacer algún deporte - para que corramos(?) – como si no nos pudieran poner a correr en el patio o en el balcón ida y vuelta de una pared a la otra hasta que la gota gorda caiga de la sien y baje por el cuello. Y ahí, misión cumplida, ¡el nene perdió una caloría!
Vamos cumpliendo con los horarios, los almuerzos, las meriendas, los cumpleañitos, las bolsitas con caramelos, los imancitos de la heladera con rostros de niños que no conocemos (Señora!!!! Por qué supone que quiero que su criatura esté en mi cocina), los regalos de navidades, las comidas de navidades, los arroyados de navidad, el turrón de navidad, la navidad, las pascuas y los benditos huevos de chocolate que nadie jamás compraría fuera de temporada porque… porque son feos!!! Pero se comen con tal entusiasmo el domingo ese de la pascua! Toda la familia ahí, contemplando el huevo. EL HUEVO. Reunidos y convocados por esa gran bola ovalada negra de cacao desabrido. Si el huevo es grande mucho mejor! Todo lo que sea grande es mejor para el mono bestia. La torta más grande, el auto más grande, la billetera más grande, las tetas más grandes, la casa más grande, el sueldo más grande. Cuánto más grande es el huevo más grande es la familia y más felices son y más Golden Retriver tienen y más stickers de la japi family, y más cepillos de dientes, y más risas en la casa, y más niños corretean y…. 
Bueno. Crecemos a medida que hacemos estas cosas taaaan trascendentales. Y cuanto más grandes somos menos suavidad tenemos. A medida que crecemos la suavidad se empieza a ir, salen los pelos, las barbas en los hombres (ponele que sólo en los hombres) y los pelos en general en las nenitas –antes tan delicadas- pelos encarnados, cardos, que la raíz, que la no raíz, que la cera quema, que la cera mancha, que la maquinita eléctrica, que la pinza no me sirve, que los corta, que ya no hay pinzas como las de antes, que los suizos son lo más, que la afeitadora, que te los pone duros, que no aguanta nada, que es más cómodo, que es más higiénico, que el cavado con maquinita ni se te ocurra, después lo que pica, que las ladillas, que, que, que… que 

¿Y la suavidad? Para todo esto la suavidad se fue a la mierda. Ya no hay suavidad en ningún lado. A eso hay que sumarle los olores. Los pelos no vienen solos vienen con los olores. Ya no más talquito de la abuela que nos caía bien ni perfumito cítrico. Ahora tenemos que valernos de un botiquín que la posmodernidad tiene preparado para todo tipo de piel (menos mal): sensible, irascible, comestible, aplaudible, rebatible, ible, ible, ible, paralevante, para románticos, para gays, para adolescentes, para pre adolescentes, para post adolescentes, para gente con prótesis dental, para la maduritud (?).
El ser humano. Misterioso mono bestia que recorre largos trayectos para ir a su trabajo, renegar de su trabajo, volver a su casa para descansar de su trabajo para volver a ir, al día siguiente, otra vez a su trabajo y renegar de la rutina de su trabajo y su jefe y sus compañeros. 
Ser humano de costumbre, buenos modales, responsabilidades asumidas, trajes, carteras, zapatos de temporada, masajista, manicura, religiones, gestores, te de tilo, masas finas, ensalada, vianda laigt, capqueis (horrible) malteada y suvenires.
Mono bestia. 
Y yo que solamente quería contar que un mono bestia mujer de aproximadamente cincuenta años me miró la panza, el vientre con criatura en gestación, después de que le pedí el asiento y afirmó “Ay….. pero… pero…. estás de muy poco”. Mono bestia que escribe sonrió, ya sin culpas, y casi palmeándola le respondió: “pero estoy señora…. Qué se le va a  hacer”.

1 comentario:

  1. esa foto me recuerda a alguien!!! papada pelos papada pelos mmmmmm

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